MANUEL PÉREZ VILA.***



Abajo                                La biblioteca del Libertador

PADRE LIBERTADOR!

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Las lecturas de un hombre de acción

En el proceso histórico que culmina con la emancipación de Hispanoamérica intervienen complejos factores de orden social, político, cultural y económico. Simón Bolívar, al ejercer sobre ellos una presión que los aglutina y encauza, aparece a la vez como un producto genial de su época y su medio, y como el inspirado ductor cuya acción resulta decisiva para el surgimiento de los nuevos Estados a la vida institucional propia.

Nadie pone ya en duda la vigorosa originalidad del Libertador en la realización de su magna obra. Sólo un hombre arraigado por varias generaciones al suelo americano, conocedor de los problemas que se planteaban a los pueblos del Continente y compenetrado con los ideales de sus habitantes no menos que con sus necesidades y aspiraciones de todo orden, pudo asumir la prodigiosa tarea de libertar a un mundo y triunfar en ella. Tal vez uno de los secretos de su éxito resida en el equilibrio que siempre existió entre su pensamiento y sus actos, en una adecuación casi perfecta; pues no fue Bolívar uno de aquellos «visionarios aéreos» que con tanta vehemencia fustigó en los albores de su vida pública. Por el contrario, y salvo ante los raros obstáculos que su recia voluntad no logró superar, sus ideas fueron siempre el motor de sus actos. 

Aunque falible como el de todo mortal, su pensamiento analizó la realidad americana   —6→   y escrutó el futuro previsible, para buscar en una y otro las normas que sirviesen de guía a su acción. Por esto la Carta de Jamaica no es una lírica utopía, sino el fruto de acendrada meditación sobre la realidad política y social de la América Hispana.
Abundantes testimonios muestran a Bolívar bajo el aspecto de un ávido e inteligente lector. Su primer edecán O'Leary, quien gozó durante largos años de su confianza y trato íntimo, nos dice que el Libertador leía mucho, y daba su preferencia, en los escasos ratos de ocio, a las obras de historia. También conocía a fondo -agrega el edecán- los clásicos griegos y latinos, que había estudiado, y los leía siempre con gusto en las buenas traducciones francesas. 

El coronel Luis Perú de Lacroix recoge en su Diario los juicios de Bolívar sobre Walter Scott, Rousseau, Voltaire, Parny, Restrepo, Lallement, y otros autores. Durante su breve estancia en Bucaramanga, el Libertador, meciéndose en su hamaca, lee con igual interés obras tan dispares como La Guerra de los Dioses, El Gabinete de Saint Cloud, y la Historia de Colombia, de Restrepo. Tomás Cipriano Mosquera, jefe del Estado Mayor General en 1829, recordará más tarde que Bolívar conocía bastante bien la historia general, y los clásicos latinos, franceses e italianos. Los Comentarios, de César, y los Anales, de Tácito -continúa Mosquera-, eran su lectura favorita: consultaba las obras de Polibio y las de Federico el Grande, y admiraba a Gustavo Adolfo y a Carlos XII. El general Morillo, después de la entrevista de Santa Ana, no cree hallar mejor obsequio para el héroe caraqueño que una versión española de La Henriada, de Voltaire.

 El poeta Olmedo somete a su juicio el Canto a Junín: las cartas donde Bolívar analiza los versos del bardo ecuatoriano nos lo muestran como un crítico sagaz y penetrante, no menos conocedor de las corrientes literarias en boga que de los maestros antiguos y modernos. Sin hablar de la famosa carta dirigida al vicepresidente Santander, en la cual se refiere el Libertador a los autores cuyas obras leyó o estudió en sus años mozos, toda su correspondencia, aparece esmaltada de reminiscencias, citas, observaciones, que prueban la amplitud de sus lecturas. Con razón pudo decir de sí mismo que había leído a «todos los clásicos de la antigüedad, así filósofos, historiadores, oradores y poetas; y todos los clásicos modernos de España, Francia, Italia, y gran parte de los ingleses».

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Nada, sin embargo, sería más falso y convencional que una imagen del Libertador donde se le presentase moviéndose a impulsos de las ideas vertidas en su mente por la lectura de autores como Rousseau, Voltaire, Montesquieu, Raynal, y tantos otros cuyas obras conoció indudablemente. Conviene analizar con prudencia el posible influjo que sobre el espíritu de Bolívar pudieron ejercer éstos u otros escritores, y dando a Dios lo que es de Dios, no quitarle al César lo que le corresponda. El pensamiento de Bolívar, cualesquiera que sean las savias que lo han nutrido, es fuerte y original. 

Con razón decía don Américo Castro, refiriéndose al misterio de la creación literaria, que si puede un escritor utilizar, consciente o inconscientemente, ciertos elementos procedentes de sus lecturas, lo esencial será siempre la creación de una obra maestra y no las fuentes accesorias 11. Volviendo a Bolívar, aun cuando reconozcamos de buen grado el importante papel que en su formación intelectual desempeñaron algunos libros, debemos recordar que las enseñanzas de la lectura, como las de la experiencia vivida, deben ser asimiladas por el hombre para quedar incorporadas a su espíritu, a su tempo vital, y que toca luego a la voluntad el poner o no en práctica el acervo así adquirido.

Hecha esta salvedad necesaria, no por ello nos parecen menos válidas las palabras de Paul Groussac que encabezan estas notas. Si es cierto que el conocimiento de los libros que Bolívar leyó no habrá de darnos la clave de su genio ni permitirnos enjuiciar todos sus actos, puede por lo menos contribuir, así sea parcialmente, al estudio de su cultura y de sus ideas. Como el tema es demasiado vasto para que sea posible agotarlo en breves páginas, nos limitaremos a ofrecer ahora al lector algunos datos y fuentes que consideramos de interés, dejando para otra ocasión el completo desarrollo del mismo.


ArribaAbajoRousseau y Monte cuculí

Entre las fuentes básicas para analizar las lecturas de Bolívar, ocupan el primer lugar los ejemplares de obras que le pertenecieron; pero desgraciadamente son muy escasos los que hasta   —8→   nosotros han llegado con la suficiente garantía de autenticidad, pues las bibliotecas personales que el Libertador constituyó en varias ocasiones a lo largo de su agitada existencia se disgregaron ya en vida suya o después de su muerte. 

Los escasos ejemplares que de ellas nos quedan tienen, pues, un alto valor histórico y emocional. Tal es el caso del Contrato Social, de Rousseau, y De l'Art Militaire en général, del conde Montecuculi, propiedad hoy de la Universidad Central de Venezuela, a la cual los legó el propio Libertador, por la cláusula séptima de su testamento, así concebida: «Es mi voluntad que las dos obras que me regaló mi amigo el señor General Wilson, y que pertenecieron antes a la biblioteca de Napoleón, tituladas El Contrato Social, de Rousseau, y El Arte Militar, de Montecuculli, se entreguen a la Universidad de Caracas» (Cartas, IX, página 412)2. Parece ser que, en efecto, ambas obras habían pertenecido al gran Corso, y que a su muerte las adquirió sir Robert Wilson, quien se las ofreció en 1824 al Libertador. 

Éste le agradeció el presente en carta escrita desde Chancay, el 15 de noviembre de aquel año, que en la parte pertinente reza así: «El Vicepresidente de Colombia me ha escrito participando que usted ha tenido la bondad de hacerme el precioso presente de dos libros de derecho y de guerra, de un valor inestimable: El Contrato Social y Montecuculli, ambos del uso del gran Napoleón. Estos libros me serán muy agradables por todo respecto. Sus autores son venerables por el bien y por el mal que han hecho; el primer poseedor es el honor y la desesperación del espíritu humano, y el segundo, que me ha honrado con ellos, vale para mí más que todos porque ha trazado con su espada los preceptos de Montecuculli y en su corazón se encuentra grabado el Contrato Social, no con caracteres teóricos, sino con hechos que se comparten entre el heroísmo y la beneficencia»; y así prosigue Bolívar, en términos harto elogiosos para su corresponsal, cuyas virtudes compara a las de César y Tito (Cartas, IV, páginas 208-209). El autor de El Arte Militar era un general italiano contemporáneo   —9→   de Turenne y de Condé, que sirvió en los ejércitos imperiales durante la Guerra de los Treinta Años. Su mérito principal como teórico militar consistió en haber recogido las enseñanzas y novedades introducidas en la táctica por Gustavo Adolfo de Suecia. 

Los grandes capitanes comienzan entonces a concebir la guerra como lo hará más tarde Napoleón, aunque carezcan de los recursos y posibilidades de acción que podrá aprovechar luego el Emperador. El objetivo esencial es la destrucción de los ejércitos enemigos; para alcanzarlo, importa librar muchos combates, y no detenerse sino en muy contados casos a sitiar las plazas fuertes, pues éstas habrán de rendirse a consecuencia de las victorias que se obtengan en campo raso. 

Ignoramos si Bolívar conocía ya la obra de Montecuculli al recibir el obsequio de Wilson; pero en cuanto a la de Rousseau, no cabe duda de que la había leído y meditado desde muchos años atrás. Seguramente no en Venezuela durante su niñez y adolescencia, pues antes de su primer viaje a Europa Simón era muy joven para enfrascarse en lecturas de esta índole, a pesar del influjo rusoniano que se ha querido atribuir a Simón Rodríguez cuando fue maestro de Bolívar en Caracas; si Rodríguez contribuyó en algún modo a la iniciación del futuro Libertador en el pensamiento filosófico del siglo, eso debió ocurrir más tarde, cuando ambos se encontraron de nuevo en Europa. 

Afirma Jesús María Yepes que Bolívar, al volver a España en 1803, después de la muerte de su joven esposa, llevaba consigo, «como temas de meditación durante los largos días de la travesía marítima, las obras de Montesquieu, de Voltaire y de Rousseau, sobre todo las de este último, cuya lectura le recordaba las enseñanzas de su maestro don Simón Rodríguez»3. Es de lamentar que el autor no indique el origen de dato tan importante. Hay, sin embargo, un testimonio de mayor excepción: el del propio Bolívar.

 En el conocido párrafo de su carta de 20 de mayo de 1825 para Santander, donde se refiere el Libertador a sus estudios y lecturas juveniles, afirma que entre sus autores favoritos figuraba entonces, junto a Locke, Condillac, Buffon, Montesquieu, Voltaire y tantos otros, el filósofo ginebrino (Cartas, IV, páginas 337-338). Y Rousseau era para los contemporáneos de Bolívar, y ha continuado   —10→   siéndolo en cierto modo (si añadimos a la lista sus admirables Confesiones) el autor de dos obras fundamentales: El Emilio y El Contrato Social. En los escritos del Libertador abundan las referencias a Rousseau, y en más de una ocasión menciona explícitamente a la última de esas obras. Ya en 1815, en la Carta de Jamaica, escribía que «el emperador Carlos V formó un pacto con los descubridores, conquistadores y pobladores de América que, como dice Guerra, es nuestro contrato social» (Cartas, I, página 192). Aquí, si se quiere, la cita es indirecta, pues parece provenir de una obra del padre Mier, el inquieto sacerdote mejicano. 

Pero, en el Discurso de Angostura, en 1819, la referencia es más precisa, aun cuando no se menciona la obra: «La libertad, dice Rousseau, es un alimento suculento, pero de difícil digestión» (Proclamas y Discursos, página 207). El 16 de junio de 1821, desde San Carlos, en vísperas de Carabobo, el Libertador se dirige a Santander en los siguientes términos: «Estos señores (los letrados) piensan que la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército, porque realmente está, y porque ha conquistado este pueblo de manos de los tiranos; porque además es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que puede; todo lo demás es gente que vegeta con más o menos malignidad, con más o menos patriotismo, pero todos sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos. 

Esta política, que ciertamente no es la de Rousseau, al fin será necesario desenvolverse para que no nos vuelvan a perder estos señores...» (Cartas, II, páginas 354-355). La alusión al Contrato Social no puede ser más clara: y obsérvese de paso, cómo Bolívar no acepta servilmente las opiniones del filósofo ginebrino, sino que las rechaza cuando las teorías de éste chocan abiertamente con la realidad a que se enfrenta el Libertador. Otra alusión, que encierra en nuestro sentir buena dosis de velada ironía, hará el Libertador al Contrato Social, mencionando ahora explícitamente, en oficio dirigido a Santander desde Tulcán, el último día de 1822: La Constitución de Cúcuta, dice, «es inalterable por diez años, y pudiera serlo, según el Contrato Social, del primer republicano del mundo, pudiera serlo, digo, inalterable, por una generación entera, porque una generación puede constituirse por su vida... 

La soberanía del pueblo -agrega más adelante- no es ilimitada, porque la justicia es su base y la utilidad perfecta le pone   —11→   término. Esta doctrina es del apóstol constitucional del día» (Cartas, III, página 130). Otros ejemplos podríamos aducir; mas como no sea ahora nuestro objeto tratar ampliamente el tema, sino señalar algunos aspectos y posibilidades de investigación, bueno será dejar a Rousseau y su Contrato Social y pasar a otro asunto.

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Algunos clásicos militares: César, Federico, Vauban

No son las regaladas por el general Wilson las únicas obras pertenecientes a Bolívar cuyo paradero actual se conozca. En su Casa Natal, recogidos y conservados por la devoción bolivariana del doctor Lecuna, existen asimismo varios libros que fueron del Héroe. Los más notables son dos tomos, correspondientes a distintas ediciones, de los Comentarios de la Guerra de las Galias, de Cayo Julio César, y nueve volúmenes de las Obras de Federico el Grande. Ambos ejemplares de los Comentarios son bilingües, con el texto latino y la versión castellana. El correspondiente al tomo I tiene la pasta rústica, de cartón, y está bastante desencuadernado; le falta la portada, así como las páginas i a xxii de la Introducción del traductor; ésta, que llega hasta la página lxi, no está firmada; vienen luego, de la página 1 a la 393, los textos latino y castellano, aquél en las pares y éste en las impares; y desde la página 394 hasta la 438 y final, siguen las notas del traductor.

 La obra fue impresa durante el reinado de Carlos III, y por consiguiente no es posterior a 1788; y como sea que en las notas se citan libros hasta de 1779, entre esas dos fechas debe situarse la publicación del que nos ocupa. Adornan esta edición de los Comentarios numerosas láminas que reproducen batallas, sitios, campamentos, etc., y un mapa de las Galias. En la página inicial figura una interesante nota autógrafa de José Austria: «Este libro no se manda a componer porque en este estado se puso en la hamaca del Libertador Simón Bolívar, donde lo tenía siempre y leía de continuo en los campamentos. J. Austria». ¿Cómo pudo llegar la obra a manos de este oficial? Existe dos posibilidades. O bien, Austria la obtuvo del propio Libertador, cerca de quien hubo de cumplir importantes misiones hacia 1829 y 1830, enviado por el general Páez, o bien llegó a sus manos al contraer matrimonio con doña Micaela Clemente, viuda de José Rafael Revenga, antiguo secretario   —12→   general del Libertador, e hija del general Lino de Clemente, emparentado con Bolívar.

 Ya fuera por parte de su padre o de su primer esposo, bien pudo la mencionada señora poseer un libro que había sido del Libertador. Hipótesis que confirma el hecho de haber sido ofrecida esta obra a la Casa Natal por el doctor Abreu, en nombre de la familia Revenga. El segundo tomo, mejor conservado, fue publicado en Madrid en 1789; está completo, y consta en la portada que la versión castellana fue hecha por don Manuel de Valbuena, «catedrático de Poética y Retórica del Real Seminario de Nobles de esta Corte»; el texto español figura en la mitad superior de cada página, y en la inferior se halla el original en latín; carece de láminas y de notas: la edición es más pobre que la del tomo primero. Perteneció también al Libertador, según tradición transmitida por la familia Soto Silva -descendientes de doña Felicia Bolívar y del general Laurencio Silva-, un nieto de los cuales, el doctor José Félix Soto Silva, obsequió este ejemplar al doctor Lecuna. Las Obras de Federico de Prusia no están completas; los ejemplares llegados hasta nosotros pasaron de manos de Bolívar a las de su sobrino Fernando, quien como es sabido estuvo junto al grande hombre durante sus últimos meses de vida, en Bogotá, Cartagena, y Santa Marta. Son la «Historia de la Casa de Brandeburgo» y algunos tomos de la «Correspondencia», en francés.

También en la señorial Popayán se han conservado, en la Universidad del Cauca, cual preciada reliquia, unos libros obsequiados en 1828 por el Libertador al general Tomás Cipriano de Mosquera, que habían figurado en la biblioteca que aquél se había constituido en La Magdalena. Son tres tomos de las Oeuvres militaires da Maréchal Vauban; contiene el primero un tratado de ataque a las plazas; el segundo, el de su defensa, y el tercero, un tratado de las minas. La edición fue hecha probablemente a fines del siglo XVIII o comienzos del siguiente; fue revisada, rectificada y aumentada con notas y láminas por F. P. Foissac, quien se titulaba Jefe de Brigada en el Cuerpo de Ingenieros de la República Francesa. A esta obra debió   —13→   referirse el Libertador cuando el 15 de febrero de aquel mismo año le escribía desde Bogotá a su amigo Mosquera: «He recibido la apreciable comunicación de usted del 28 de enero en que me participa haber parecido en Guayaquil mis libros, y lo celebró tan sólo porque ellos distraerá a usted en sus ratos de descanso; sírvase usted aceptarlos como un recuerdo de mi parte» (Cartas, VII, página 153). 

Aceptando gustoso el obsequio le contestó Mosquero desde su ciudad natal, el 27 de aquel mes: «Los libros que parecieron en Guayaquil, y que Vuestra Excelencia me manda recibir en prueba de un recuerdo que hace Vuestra Excelencia de mí, y para que los tenga como tales, serán, Señor, el patrimonio de mi hijo primogénito y la más rica propiedad que pueda desear un colombiano. Ellos tienen esta sublime cualidad, y los agradezco a Vuestra Excelencia muy cordialmente»5. Mosquera cumplió su promesa, pues las Obras de Vauban pasaron a manos de Bolívar Mosquera, único hijo del segundo matrimonio del general, cuyos herederos las han cedido a la Universidad del Cauca.

ArribaAbajoLos libros de sus mayores

Mientras una investigación sistemática en las bibliotecas venezolanas y de otros países permite algún día encontrar otros libros de los que fueron propiedad de Bolívar, será preciso acudir, para el análisis de sus lecturas, a otra fuente no menos valiosa: las listas de los libros que poseyó, y las de las bibliotecas de su padre, y de su abuelo o tíos maternos. Aquí hemos corrido con mejor suerte, pues en el Archivo del Libertador figuran bastantes documentos de este tipo, algunos ya publicados por el doctor Lecuna, otros -los más- todavía inéditos, pero muy importantes todos para la investigación que nos ocupa.

Un buen indicio de lo que pudo ser la biblioteca del coronel Juan Vicente Bolívar y Ponte nos lo dan los libros que en 1792, al efectuarse la partición de los bienes entre sus hijos, le corresponden al primogénito, Juan Vicente Bolívar y Palacios. Figuran en la cartilla de partición 15 tomos del Espectáculo de la Naturaleza, la obra famosa del abate Pluche que tanto éxito tuvo en el mundo hispánico al ser traducida al castellano; el   —14→   padre Feijoo, el gran divulgador del pensamiento científico y filosófico europeo, figura asimismo con 18 tomos, sin que se precise si se trata de sus Cartas Eruditas, de su Teatro Crítico Universal, o de ambas obras; de Bossuet hallamos la Elevación del alma, y la tan difundida Variaciones de la Iglesia protestante; tal vez sea también suya una Historia Universal que en la lista aparece a continuación de las anteriores; como buen militar, el coronel Bolívar tenía en sus anaqueles la Colección General de Ordenanzas Militares, en 10 tomos, y otra obra titulada simplemente Ordenanzas Militares, en tres; para los ratos de ocio, poseía siete tomos de Comedias, de Calderón; y lecturas más severas eran una Historia Antigua en trece volúmenes, cuyo autor no se precisa, y la Conquista de Méjico, que tanto pudo ser la obra de Solís como la de Gómara. 

Desgraciadamente, la cartilla de partición correspondiente a Simón no ha sido hallada, por lo cual ignoramos hasta ahora qué libros le cupieron en suerte de los pertenecientes a su padre. Sólo en un cuaderno de inventario de los «bienes libres y vinculados del menor Simón Bolívar», que no está completo, y por tanto no comprende todos sus bienes, figura en 1795 la partida siguiente: «Sigue el inventario de los libros: primeramente, puso de manifiesto cuatro tomos de Leyes de la Nueva Recopilación Indiana, constantes de la partida 383».
Otra lista muy curiosa es la que figura entre los papeles de la familia Palacios correspondientes a los años de niñez y adolescencia de Bolívar. Son bastante numerosos los libros anotados en ella, sin que haya la menor indicación de quién pudo ser su propietario; mas por el sitio en que se ha conservado, es de presumir que perteneciesen a algún miembro de la familia Palacios, con la cual estuvo muy ligado el niño Simón -aunque no siempre se entendiera bien con todos sus tíos- después de la muerte de doña Concepción.

 El amanuense que escribió esa   —15→   lista no parece haber sido muy versado en inglés, francés, ni latín, pues deforma muchos de los títulos de las obras que están en esos idiomas; por otra parte, y siguiendo una costumbre muy extendida en la época, unas veces sólo se anotaba el autor, y no siempre correctamente ni poniendo el nombre completo, y otras se limitaba el amanuense a resumir de un modo muy personal el título de la obra. Esto ha hecho muy laboriosa la identificación de los libros que allí figuran; pero se ha logrado en buena parte, y señalamos a continuación algunos de los más característicos: en el campo de las Ciencias Físicas y Naturales, a que tan aficionados fueron los hombres de esa época, encontramos de nuevo a Pluche con su Espectáculo de la Naturaleza; la Historia Natural del conde Buffon; la Filosofía Newtoniana de Gravesande, en latín; unos Elementos de Física sin nombre de autor. 

Las Matemáticas están representadas por la obra tan difundida de Benito Bails, profesor de la Real Academia de San Fernando; una Aritmética Universal, probablemente la de Esteban Bezout; las Fonctions analytiques de Lagrange, y los Elementos, de Euclides. Son relativamente numerosas las obras que se refieren a las Ciencias Aplicadas, ya a la agricultura, ya a la industria: la Agricultura General, de Valcárcel; el Modo de hacer vino, de un monsieur Maupin; el Cultivo del Café, un Arte para criar la seda, un Tratado sobre el cultivo de las viñas (que debía estar en francés, pues el amanuense escribió cultura por cultivo), y un Arte para fertilizar la tierra, cuyos autores no hemos podido localizar, sin contar la Arquitectura Hidráulica, de Bernard Forest de Belidor. 

La Economía Política y el espíritu reformista del siglo se reflejan en escritos como el Proyecto Económico, del estadista irlandés al servicio de España, Bernardo Ward; la obra de Adam Smith sobre la riqueza de las naciones; el Discurso sobre el fomento de la Industria Popular, de Pedro Rodríguez de Campomanes; la obra de Jerónimo Ustáriz, Teórica y Práctica del Comercio y Marina, y el Comercio de Indias, de Ruvalcaba. Tal vez convenga incluir en este grupo una obra del abate De Pradt, titulada Les trois Âges des Colonies, ou leur état passé, présent et a venir, en tres tomos, editada en París en 1802, que figura en la lista con el híbrido título que va a leerse: «Los tres ages de las colonias»; la presencia de este libro es interesante no sólo por las ideas poco conformistas que en él expresa De Pradt, sino además porque se trata de la obra más  —16→   reciente de cuantas figuran en la lista, lo cual permite afirmar que ésta debió ser redactada hacia 1802 ó 1803. 

La Historia está representada por la Historia Universal, del jesuita Claudio Buffer; la Conquista de Nueva España, de Solís; la Clave Historial, del padre Flores; la Historia del Nuevo Mundo, de Muñoz; la Historia general de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, o sea, las famosas Décadas, de Herrera, y algunas Historias Generales sin mención de autor.

 La Geografía está bien representada, a la par que la Historia, por dos obras de Dionisio de Alcedo y su hijo: el Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occidentales o América, y el Aviso histórico, político, geográfico... del Perú, Tierra Firme, Chile y Nuevo Reino de Granada; hay también varios libros de viajes, muy del gusto de la época: Travels in Africa, Viaje de Labat a las Islas de América, Voyage au Nord, y una Geografía Moderna cuyo autor no hemos podido identificar. Las literaturas clásicas figuran con las Oraciones de Cicerón, la Ilíada, las Obras de Virgilio, y pocos títulos más. 

Para el estudio de las lenguas modernas, hay varias gramáticas, como la italiana de Tomassi, un Cours de la lengua anglois, escrito muy probablemente en francés, y hasta una Gramática Arábiga; entre los diccionarios, hallamos el famoso Septem linguarum Calepinus, un Diccionario español-inglés, y otro español, latino y arábigo. La Religión y los estudios teológicos están dignamente representados por la Mística Ciudad de Dios, de San Agustín; La Vida del Hombre, probablemente la obra de Hervás y Panduro; un Annus Sacer, de Sautel, y un Tratado de la Religión y Virtudes, amén de la Constitución Sinodal de Caracas y las Constituciones del Orden de la Merced. En ambos Derechos, hallamos las Instituciones Canónicas, de Cavallario; las Instituciones Romanas y Españolas, de Juan Sala; un Derecho de Gentes, en francés; la Curia Filípica, de Hevia Bolaños; la Monarquía Indiana, de Torquemada, y los Comentarios de las Instituciones de Justiniano, debidos a la pluma del jurista holandés Arnoldo Vinnen o Vinius, tachado de herético en España. 

Para concluir, digamos que con las obras citadas alternan libros tan variados como El Buen Gusto, de Muratori; una Disertación de la Música Moderna, de autor desconocido para nosotros; las Lecciones de Comercio, de Genovesi; unas Instituciones Médicas, en latín, de Piguri; La petite guerre, o tratado del servicio de las tropas ligeras en campaña; las Ordenanzas de Intendentes de Nueva España y   —17→   las del Consulado de San Sebastián, junto a unas Observaciones sobre Londres y a los Anales de la Virtud.

Aunque hayamos prescindido todavía de muchos títulos, hemos alargado deliberadamente la lista anterior porque gracias a ella y a la antes mencionada del coronel Juan Vicente Bolívar podemos tener una idea, así sea muy aproximada, del tipo de libros que estaban al alcance de Simón en Caracas durante sus años mozos; sin que sea nuestra intención afirmar, ni siquiera sugerir, que llegase a leerlos, total o parcialmente, en esa época de su vida. Sin aventurarnos a conclusiones atrevidas, hemos querido tan sólo presentar el ámbito de las lecturas de sus mayores, en la medida en que nos lo han permitido los documentos de que disponíamos .

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