CONDOLEEZZA RICE (parte II)
CONDOLEEZZA RICE (II)
Fue en 1987 que Rice conoció en una cena universitaria,al general Brent Scowcroft, con motivo de una conferencia sobre control de armamento patrocinada por la Universidad de Stanford, un veterano halcón de las administraciones de Richard Nixon y Gerald Ford, a los que había servido como consejero y vice-consejero de seguridad nacional, y hombre del círculo de Kissinger. Ella, no lo sabía entonces, pero acababa de dar con el alto oficial que le abriría las puertas de la Oficina Ejecutiva de la Casa Blanca.
Scowcroft quedó tan impresionado con las disertaciones a la concurrencia, de la cerebral y articulada Rice, que cuando en enero de 1989 fue nombrado consejero de seguridad nacional por el sucesor de Reagan, el militar se apresuró a pedirle a la especialista de Stanford que le asistiera en calidad de vice-directora de Asuntos Soviéticos y de Europa Oriental.
Rice, que a estas alturas de su carrera hablaba con fluidez el ruso, el francés y el español, no dudó un instante en decir que sí a la oferta de Scowcroft, ya que aquel era "un tiempo extremadamente excitante en las relaciones soviético-estadounidenses". El 1 de febrero de 1989 estrenó su puesto de funcionaria de la Presidencia con una excedencia universitaria de dos años.
En el bienio siguiente, tiempo en que acontecieron mudanzas históricas como la caída del Muro de Berlín, el colapso de las repúblicas populares europeas, la reunificación de Alemania y los acuerdos de reducción de armamento convencional y de no agresión suscritos por la OTAN y una moribunda OTV, amén de la agudización de la crisis insoluble del Estado y el sistema comunista soviéticos, Rice trabajó con Scowcroft y asesoró directamente a Bush y a su pragmático secretario de Estado, James Baker. Se asegura que sus opiniones y recomendaciones contribuyeron decisivamente a que la Casa Blanca adoptara una postura completamente favorable al deseo del canciller germano occidental, Helmut Kohl, de aplicar un proceso de unificación rápida con la República Democrática Alemana.
La ascendencia de Rice sobre Bush cobró fuerza en agosto de 1990, cuando el presidente la nombró directora de Asuntos Soviéticos y de Europa Oriental, así como asesora especial, en -sustitución del hasta ahora su inmediato superior, Robert Blackwill, que acababa de presentar la dimisión por no hallar eco sus advertencias de que Estados Unidos no debía confiar en el éxito democrático de la Perestroika. El escepticismo de Blackwill había galvanizado de alguna manera las posturas de auténticos halcones antisoviéticos como el viceconsejero de seguridad nacional, Robert Gates, y el secretario de Defensa, Richard Cheney, que venían sosteniendo una pugna con Baker.
La promoción de Rice, que había ayudado de manera inestimable a Bush a preparar sus cumbres con Gorbachov en Malta y, más recientemente, en Washington, fue interpretada como un punto a favor de Baker y su tesis posibilista de que merecía la pena trabajar con el líder soviético para enterrar los rescoldos de la Guerra Fría y desactivar el mutuo desafío nuclear estratégico, más ahora que había que lidiar con la crisis de la invasión irakí a Kuwait.
En febrero de 1991 Rice comunicó a Bush su deseo de retornar a la vida académica. En marzo se despidió del Consejo de Seguridad Nacional y retornó a su despacho en Stanford, pero estos años codeándose con lo más granado de la dirección política, militar y también económica del país, debieron ensanchar, su red de amistades y admiradores, ya que en mayo siguiente fue admitida en la Junta Directiva de la compañía petrolera Chevron, que incrementó sus miembros de 12 a 13 para la ocasión. En octubre del mismo año, magnificó sus actividades corporativas privadas, y de paso sus ya abultados ingresos salariales, como directora de Junta de la compañía de servicios financieros Transamerica.
Por si fuera poco, RAND CORP., su antigua empleadora, le dio asiento en su consejo asesor. Las siguientes compañías en reclutarla para sus juntas directivas o asesoras fueron el gigante informático Hewlett-Packard, la banca J. P. Morgan y la financiera Charles Schwab.
En agosto de 1992 participó en la Convención Nacional Republicana que volvió a proclamar a Bush candidato presidencial y a principios de 1993, coincidiendo con el regreso de los demócratas al Gobierno federal de la mano de Bill Clinton, se convirtió en Profesora Titular – de Stanford,sorprendentemente, ya que hasta ahora seguía siendo una profesora asociada. Unos meses después, en septiembre de 1993, la Presidencia de la Universidad le otorgó el puesto de provost, segundo en la jerarquía del centro, que reunía las responsabilidades de administrar los programas académicos, coordinar las distintas funciones universitarias y adjudicar el presupuesto.
En agosto, Rice tuvo el inusual honor de poner su nombre y apellido al nuevo petrolero de la Chevron, entre los más grandes de su flota. El Condoleezza Rice, con 129.000 toneladas de peso muerto, botado en Río de Janeiro y matriculado en Bahamas, paseó unos cuantos años el nombre de su madrina por los mares del mundo, transportando petróleo en crudo, hasta que en mayo de 2001, con ella ya entrando y saliendo del despacho oval de la Casa Blanca, los directivos de Chevron consideraron que lo apropiado era rebautizar el petrolero, en lo sucesivo llamado Altair Voyager.
Miembro de la plataforma republicana de George W. Bush:
El año 1995, como 1987, fue un año providencial en la carrera de Rice, que estaba en paro forzoso en todo lo relacionado con el servicio de Estado mientras gobernasen los demócratas. Su cultivada relación de amistad con el ex presidente Bush terminó poniéndola en contacto con su hijo mayor y tocayo, George W. Bush, el flamante gobernador de Texas. Político provinciano que procedía de los negocios del petróleo y los deportes, Bush hijo no tenía propensiones intelectuales y su interés por los asuntos de política exterior era virtualmente cero. Pero esto no obstó, a que congeniara con la extremadamente preparada Rice, que, de nuevo, deslumbró a un anfitrión.
En esta relación inesperadamente, la empatía jugó a favor de Rice su afición cierta por los deportes y en particular por el fútbol americano, que aunque no era la gran pasión del gobernador tejano –honor reservado al béisbol-, sí cautivaba su atención: para caerle en gracia a Bush y sacarle toda su campechanía, nada había más seguro que entablar con él una animada discusión atiborrada de conocimientos sobre estas prácticas deportivas. Rice no perdió el contacto con el círculo de los Bush, lo que iba a asegurarle el pasaporte para un retorno a la Oficina Ejecutiva de la Casa Blanca por la puerta grande. Aquel mismo año sacó al mercado su cuarto libro: Germany Unified and Europe Transformed: A Study in Statecraft, en coautoría con Philip Zelikow, profesor de Harvard y antiguo colega del equipo de asesores de Bush.
En 1997 entró en el Comité Federal Asesor sobre capacitación de personal de las Fuerzas Armadas adscrito a los programas de integración de género. En julio de 1999 Rice se despidió de su Cargo Rector en la Universidad de Stanford para unirse a la plataforma pre- electoral de Bush, que aspiraba a repetir los pasos de su padre en las elecciones presidenciales de 2000, aunque antes tenía que ganar las primarias republicanas. Condi, como era llamada afectuosamente, fue reclutada por Bush como asesora en política exterior, un terreno en el que el aspirante, a dirigente más poderoso del mundo, tendría que prepararse a fondo.
En la campaña de Bush, que fue nominado por la Convención Nacional Republicana en agosto de 2000, Rice se encontró con muchos viejos rostros de anteriores administraciones republicanas. Ya les conocía, y muy bien en algunos casos, al haber sido colegas suyos en el C.F.R o en la Oficina Ejecutiva del Presidente. Entre otros, estaban: Dick Cheney, que se perfilaba como vicepresidente en caso de ganar Bush; Donald Rumsfeld, secretario de Defensa con Ford y destinatario del puesto si triunfaban los republicanos; Paul Wolfowitz, un experimentado alto funcionario de los departamentos de Defensa y Estado; y, Richard Perle, otro antiguo capitoste civil del Pentágono.
Todos estos nombres se asociaban a las concepciones más derechistas del Partido Republicano y a las corrientes intelectuales neorrealista y -más trabajada en su formulación teórica así como más voluntarista y abiertamente imperialista-neo-conservadora, que propugnaban una política exterior más enérgica, reinventando el antiguo paradigma realista en las relaciones internacionales (los primeros) o bien superándolo (los segundos), en un sentido intensamente nacionalista y expansionista.
Luego, el país tenía que estar listo para competir, fundamentalmente en el terreno militar. Los neo-conservadores no querían oír hablar de multipolarismo competitivo o de equilibrios de poder, y urgían cimentar el régimen unipolar para garantizar la abrumadora superioridad de Estados Unidos en los terrenos económico, militar, tecnológico y geopolítico a la vez que devolver la estabilidad al orden internacional.
Rice, que hasta ahora había sido sobre todo una analista y no una ideóloga, no se ubicaba con nitidez en uno u otro grupo, aunque sin duda estaba más próxima a Rumsfeld y los realistas duros, en principio menos doctrinarios, por tener como referencia el paradigma clásico, que a los Wolfowitz y Perle, proclives al chovinismo mesiánico.
Desde luego, tenía poco que ver con el particular colectivo de la derecha religiosa, con resabios integristas, también presente en la plataforma de Bush. Sí podían trazarse, en cambio, afinidades con los lobbies empresariales de las industrias energéticas, que esperaban obtener grandes beneficios bajo una administración republicana, debido a su posición señera en Chevron, sin olvidar que Bush propugnaba una política petrolera basada en la satisfacción de la demanda doméstica sin importar su grado de voracidad.
De todas maneras, la internacionalista de Stanford no desentonaba en esta alineación de inequívocos halcones. Considerada multilateralista, no desdeñaba, empero, una "política exterior asertiva", lo que entrañaba echar mano del unilateralismo armado en caso de necesidad.
Continúa: Parte III
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