MONSEÑOR RAFAEL ARIAS BLANCO

                                                                 MONSEÑOR   RAFAEL  ARIAS BLANCO

Rafael Ignacio Arias Blanco nació el 18 de Febrero de 1906, en La Guaira, capital del estado Vargas y del Municipio Vargas. Está ubicada en el centro-norte de Venezuela, a tan solo 30 km de Caracas, entre las esquinas de Punto Fijo y Palma Sola, casa marcada con el número 14.

Fueron sus padres Don Carlos Manuel Arias y Doña Carmen Teresa Blanco de Arias. Su padre fue Procurador de los tribunales civiles y supo infundir en su hijo ese deseo de hacer el bien y esa preocupación por los demás que siempre lo caracterizò.
La Señora Carmen era una mujer humilde y sencilla y transmitió al hijo estas características, amen de un santo temor de Dios y aprecio por las cosas sagradas.

Sus primeros años de vida transcurrieron en la apacible tranquilidad de su hogar recibiendo la instrucción elemental; luego sus padres, habiendo decidido que estudiara en Caracas, lo trasladan a esa ciudad, al amparo de unas tias,

A la edad de siete (7) años es inscrito en un colegio particular . De Segundo a Quinto grado estudia en el colegio "Andrès Bello" situado en la esquina de las Ibarra. Termina su Primaria en la escuela anexa a la Normal entre las esquinas de Palma a Miracielos.

Su ingreso en el Seminario es narrado por él en una de sus entrevistas. "Esto ocurrió de una forma muy simple. El asunto fue muy sencillo. Mis tias me preguntaron si yo querìa ser sacerdote. En el acto respondì que sì, de la manera más espontánea, porque la vocación sacerdotal no es producto de un ramalazo, ni de una inspiración. Está en uno latente y aflora de forma natural". Ingresa al Seminario Metropolitano de Caracas a la edad de once (11 ) años y termina sus estudios secundarios a la edad de dieciséis (16) años.

Ingresa al Seminario Mayor donde estudia 4 años mas. Mons. Felipe Rincón González le confiere las órdenes menores (Acolitado y Lectorado) en febrero de 1925 y a los 20 años se inscribe en el Colegio Pio Latinoamericano de Roma y termina sus estudios de Teologìa en la Universidad Gregoriana. Allí se gradúa de Doctor en Derecho Canónico y Sagrada Teología. Al culminar sus estudios recibe el orden Sacerdotal en la Capilla del Colegio Romano en 1928 a la edad de 22 años. Su primera misa la cantó allí mismo el 25 de Diciembre de ese año.

Comienza su actividad apostólica como Vicario Cooperador de Santa Capilla. Su probidad en el ejercicio de este trabajo hace que merezca el nombramiento de Capellàn del Seminario. Luego comienza su continuo peregrinar como Párroco de Guatire, pàrroco de Villa de Cura, párroco de la Divina Pastora (Caracas) y ejerciendo este último cargo le es dado el nombramiento de Obispo Auxiliar de Cumaná, el 12 de Diciembre de 1937.Su experiencia en la Primogènita del Continente es notable .

El 12 de Noviembre de 1939, a la edad de 33 años, es nombrado Obispo Titular de San Cristóbal y toma posesión de su nueva diócesis al año siguiente Su actividad en esta nueva responsabilidad es fecundísima. Se celebra el Congreso Catequìstico, el Congreso Vocacional, funda el Seminario Mayor de San Cristóbal.

En Abril de 1952 es nombrado Arzobispo Auxiliar de Caracas. Dos años permanece en ese cargo cuando, a raíz de la muerte de Mons. Lucas Guillermo Castillo, es nombrado Arzobispo de Caracas (1955) y toma posesión de la Arquidiòcesis en Octubre de ese mismo año..

Mons. Rafael Arias Blanco muere inesperadamente en Barcelona, Estado Anzoàtegui, la noche del 30 de Septiembre de 1959 en un accidente automovilístico donde perecen también Mons. Josè Humberto Paparoni, primer obispo de Barcelona y su secretario el Padre Carli, Tenia Mons. Arias 53 años.

Discurso de toma de posesión de Mons. Rafael Arias Blanco como XI Arzobispo de Caracas

Caracas, Domingo, 2 de Octubre de 1955
Al dirigirles mi humilde y emocionada palabra desde este trono arzobispal, honrado con el brillo de las virtudes y prestigiado con la ciencia y el talento de los ilustres varones que me precedieron en el elevado cargo de arzobispo de Caracas, no puedo menos que confesar mi propia debilidad e insuficiencia. 

Me consuela, sin embargo, el pensamiento de que mi presencia en este lugar se debe a la Voluntad de Dios, manifestada por su mas caracterizado representante en esta Tierra, el Romano Pontífice. Me consuela el saber qen el Señor adorna con gracias especiales y enriquece con dones privilegiados a aquellos que escoge para desempeñar una alta misión entre los hombres. Me consuela también la seguridad de las oraciones de los fieles, las plegarias fervorosas de las Vírgenes consagradas a Dios y el diario recuerdo que en el momento de la misa tienen los sacerdotes para con sus obispos.

Acude en estos momentos a mi memoria la imagen venerada y amable de mi predecesor, cuya ausencia hemos llorado todos, yo el primero, pues con su muerte perdí a un padre bondadoso que siempre me distinguió con las demostraciones más delicadas de afecto.
En esa escuela del propio renunciamiento y de la obligación personal que es el Palacio Arzobispal, recibí de Mons. Castillo, durante tres años de mi Coadjutoría, las lecciones ms grandes de humildad, de espíritu de sacrificio, de mansedumbre evangélica y de celo ardiente por las almas. Por esto no me sorprende el dolor que ha causado su partida; no me sorprende el desfile interminable y la devota actitud de los fieles ante sus restos mortales.

Estamos seguros de que desde el cielo estará velando por su amadísima Arquidiócesis y pedirá para su nuevo pastor las abundantes gracias que necesita.
Mi mejor saludo, el más afectuoso, es para ustedes, amadísimos sacerdotes del clero diocesano, y religioso que ocupan con toda justicia el primer puesto en mi pensamiento y el lugar de mayor preferencia en mi corazón. Son ustedes lo mas precioso , los insustituibles colaboradores en el ministerio pastoral; son los apóstoles de luz, que iluminan las almas con la doctrina del Evangelio.

Las múltiples y graves necesidades de los actuales tiempos reclaman de nosotros nuevas formas de apostolado y mayores esfuerzos y sacrificios. Por tales motivos los exhorto con ardor, con las mismas palabras del Pontífice reinante (Pio XII) , a dedicarnos con toda solicitud a la salvación de aquellos que la Providencia ha confiado a nuestro cuidado ¡ Cuàn ardientemente deseamos que emulemos a aquellos santos que en los tiempos pasados, con sus grandes obras demostraron a cuánto llega el poder de la Divina Gracia! Que todos y cada uno, con humildad y sinceridad, podamos siempre atribuirnos el dicho del Apóstol San Pablo: " Con mucho gusto me gastarè y desgastaré hasta el agotamiento por el bien de vuestras almas"

Para que nuestra labor sea fructuosa, para que Dios bendiga nuestro apostolado, no olvidemos la íntima unión que debemos mantener con nuestro superior eclesiástico, tan bellamente expresado por el anciano Obispo de Antioquía, San Ignacio Martir: " Los sacerdotes deben estar unidos en espíritu a su Obispo como las cuerdas de una lira"
Creo innecesario el recordarles que el deber principal de todo sacerdote es su propia santificación. Sin el diario esfuerzo por obtenerlo, con el desprecio de los abundantes medios de progreso espiritual que la Providencia ha puesto en nuestras manos, el apostolado externo será de poco provecho, aùn mas, peligroso y contraproducente. Se habrá caído en la justamente llamada Herejía de la Acción.

Puesto de Honor ocupan en la Iglesia de Dios, amadísimos religiosos y religiosas que, junto con sacerdotes y seglares ejercen vuestro hermoso apostolado. , ya en el campo de la caridad, ya en el de la docencia Yo los bendigo a Ustedes y bendigo a vuestras obras y pido al Señor que las haga florecer y multiplicar, y que jamás decaiga en Ustedes el espíritu de vuestros Santos y Gloriosos fundadores.

Unas breves palabras para mis queridos seminaristas. En varios documentos pontificios se afirma que el seminario deber la pupila de los ojos del Obispo. Y eso son ustedes para mí, amadísimos hijos. Son testigos de mis esfuerzos y de los ingentes sacrificios que hace la arquidiócesis por ustedes. En pocos años se ha multiplicado el número de seminaristas y se ha construido un edificio orgullo de nuestra Iglesia. Pensamos en esta forma acudir al remedio de la mayor necesidad de la Arquidiócesis de Caracas, que es la falta de sacerdotes. Pero noten que queremos sacerdotes virtuosos, ejemplares, santos, como lo dice la plegaria que recita el pueblo cristiano al terminar la bendición del Santísimo. Esa es la meta que debemos proponernos alcanzar, el noble ideal que corone nuestras aspiraciones, el programa para toda nuestra vida.

No puedo ocultar mi emoción al dirigirme a ustedes, amadísimos hijos, que pertenecen a las filas del glorioso ejercito de la Acción Católica. Con ánimo pronto y espíritu generoso han acudido al llamamiento apremiante de la Iglesia para empuñar las armas en defensa de la Religión y de Cristo. Son la ayuda providencial dada por Dios a la Iglesia en estos tiempos aciagos de peligros y de luchas. Me complazco en reconocer públicamente la preciosa colaboración que han prestado a la Iglesia Venezolana en el campo del Apostolado.

La responsabilidad de las deficiencias que se puedan señalar en su movimiento, generalmente no provienen de sus dirigentes. Se debe casi siempre a la falta asesores que se dediquen por entero a formar el espíritu de los socios de Acción Catòlica, para después lanzarlos al apostolado. Se debe a la incomprensión de muchos que no han querido prestar su colaboraciòn o que la han prestado pobremente, son entusiasmo, como para guardar una apariencia o para llenar una fórmula. Estén seguros de que muy pronto, con la ayuda de Dios, podrán contar con algunos asesores que se dediquen por entero al trabajo de su formación cristiana.

Hacen también acto de presencia en esta tarde representantes de las Venerables Ordenes Terceras , de la Legión de María, de la Unión de Cofradías del Santísimo , de la Sociedad de San Vicente de Paul y de muchas otras asociaciones dedicadas al bien espiritual de sus miembros y que se preocupan por realizar obras de apostolado. A todas ellas va dirigida mi palabra de estímulo por la obra importante que llevan a cabo y mis votos mas sinceros porque continúen haciendo el bien en este dilatado campo del padre de familia, donde tantos otros, por desgracia, siembran la cizaña.

Amadísimos fieles: hasta ahora me correspondía en parte el cuidado de sus almas; la responsabilidad estaba compartida. Pero de ahora en adelante me corresponde totalmente. Grande es este peso y débiles mis hombros. Ayúdenme con sus oraciones diarias para obtener del Señor las fuerzas necesarias y las luces requeridas para conservar incólume y apacentar con eficiencia la mística grey que me ha sido encomendada, para conducir a puerto seguro la barca de esta importante arquidiócesis.

Para concluir, debo expresar mi profunda gratitud al muy Venerable Señor Dean y Cabildo Metropolitano por la pompa y solemnidad que ha querido dar a este acto.
Mis gracias más expresivas y sentidas a ustedes, amadísimos sacerdotes y religiosos que con su asistencia han deseado manifestarme su afecto y adhesión, y a todos ustedes, dilectísimos hijos que con su presencia han querido expresar a su Arzobispo sus sentimientos de respeto, veneración y cariño.

Mons. Dr. Rafael Arias Blanco

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