S.S JUAN XXIII- ROMA
Por: Armando Benito
Nació Ángel José Roncalli el 25 de noviembre de 1881 en una pequeña aldea de la provincia de Bérgamo, en Sotto il Monte. Murió en el Vaticano el 3 de junio de 1963 a los ochenta y un años de edad.
De Sotto il Monte al Vaticano realizó Ángel José Roncalli una larga peregrinación, que, a través de los caminos de Oriente y los más importantes centros culturales de Occidente, culminó en la Sede de San Pedro.
Fue el cuarto hijo y el primer varón de trece hermanos. Sus padres, Juan Bautista y Mariana Julia, eran laboriosos, dicen los biógrafos, de gran rectitud moral y espíritu conciliador. Se ganaban el pan cultivando tierras a renta y dividiendo la ganancia.
Juan XXIII, de niño, era aplicado y de naturaleza recogido le hacía sentir el atractivo de los libros. A los nueve años comenzó sus primeras lecciones de gramática latina con el cura del pueblo vecino de Carvico.
Al año siguiente, en 1891, se le envió al colegio de Celana, que se encontraba a siete kilómetros de Sotto il Monte, para hacer el tercer Gimnasial. Todas las mañanas, el que había de ser futuro Papa, recorría varios kilómetros a pie para ir a sus clases.
A los doce años de edad, en octubre de 1893, ingresaba Ángel José Roncalli en el seminario de Bérgamo, diócesis en la que, andando el tiempo, habría de trabajar como secretario del que fue famoso obispo de Bérgamo, monseñor Radini Tedeschi,
En sus años de seminario el mundo espiritual que configuró la mente y el alma de Roncalli estaba constituido por cuatro factores importantes: el clima espiritual propio del seminario de Bérgamo, caracterizado por la sencillez, recogimiento y laboriosidad de los bergamascos; una gran tradición de educadores ilustres y de espíritu realista, iniciada ya con San Carlos Borromeo; el clima religioso de la diócesis, visible y palpable en el ardor, brío y severidad de la acción sacerdotal, que les ponían a los seminaristas en relación con el mundillo de la diócesis, y en cuarto lugar, la delicada situación política que atravesaba Italia, y, especialmente, la provincia de Bérgamo, como consecuencia de la unificación italiana y el fin de los Estados pontificios.
De 1870 a 1914 se vivió en Bérgamo la difícil obediencia a la norma pontificia que mandaba a los católicos la «abstención» en la vida política, la no colaboración con un régimen que había despojado a la Iglesia de sus Estados.
Y fue precisamente en Bérgamo donde surgió un concepto nuevo de abstención: lo que el famoso dirigente católico Nicolás Rezzara llamó «abstención activa», abstención que se prepara para la acción.
Debido al gran aprovechamiento que demostró en los estudios, el 3 de enero de 1901 el clérigo Ángel José Roncalli fue enviado a estudiar al Noble Colegio Cesaroli, de Roma. Allí completó sus estudios teológicos antes de su ordenación sacerdotal, que tuvo lugar el 10 de agosto de 1904, en la iglesia de Santa María in Monte.
Entretanto, la Providencia preparó los nuevos caminos del futuro Papa. Había muerto el obispo de Bérgamo, y Pío X nombró a monseñor Radini Tedeschi para sucederle. La figura de este egregio obispo está ligada a la Dirección de la Obra Católica de los Congresos, institución donde los católicos italianos templaban sus armas para el futuro político, y que precisamente en Bérgamo contaba con dirigentes de primera fila.
Monseñor Radini, en los días siguientes a su nombramiento, tuvo a su lado a dos sacerdotes bergamascos, y sin que ellos lo advirtieran el nuevo obispo estuvo eligiendo su secretario. «Si buscara un secretario simpático -dijo monseñor Radini-, escogería a D. Carozzi. Pero prefiero a D. Roncalli, que es más equilibrado».
Monseñor Radini fue el gran maestro de Ángel José Roncalli, quien en la biografía que escribió de su obispo comienza diciendo: «Lo confieso: al escribir estas páginas he sentido muchas veces el temblor en mis manos bajo la emoción del corazón, porque yo amaba a mi obispo, le amaba con delirio...» «Era infatigable, trabajaba con orden y sin interrupción. El único descanso que el obispo debe pedir y merecer de Dios es el descanso del Paraíso». Estas palabras de su obispo y maestro se convertirían después en el lema de su vida.
En la difícil coyuntura histórica que llevó a Pío X a delicadas y discutidísimas decisiones, como el truncamiento de la incipiente democracia cristiana y otras intervenciones que parecían un doloroso freno a los católicos, monseñor Radini mantuvo una actitud de obediencia inteligente, activa y prudente, de manera que Bérgamo, «la capital de las instituciones sociales católicas», continuó creciendo en el brío apostólico y social cuando todos esperaban que cundiera el desaliento y el abandono.
A. Roncalli, en su biografía, nos da la medida de la prudencia política de su obispo en unas páginas que -simultáneamente- nos revelan el impacto que el maestro Radini causó en el espíritu siempre tenso de su secretario: «Cuando en el otoño de 1909 se declaró la huelga de Ranica, de la que tanto se habló en Italia, la firma del obispo apareció entre los primeros y más generosos suscriptores de la colecta destinada a dar pan a los obreros que se habían cruzado de brazos. Aun entre la gente honda -continúa D. Ángel José Roncalli- hubo quien defendió que una causa pierde todo derecho de defensa si en el empleo de los medios adecuados se puede correr el riesgo de cometer algún exceso.
»Pero monseñor Radini no compartía esta manera de filosofar; el problema de Ranica no era un juego sobre cuestiones particulares de salarios, sino un principio, el principio fundamental de la libertad en la organización cristiana del trabajo frente a la potente organización del capital...».
Quiso el señor obispo que su secretario encontrara tiempo para atender al seminario, y le encargó que explicara Historia eclesiástica y Patrología, que además llevara el Consejo diocesano de las Mujeres de Acción Católica, y D. Roncalli, por su cuenta, todavía sabía retirarse a los archivos y bibliotecas para realizar serios estudios de investigación que darían como fruto sus publicaciones científicas: «La Misericordia Mayor de Bérgamo», «Los orígenes del seminario de Bérgamo» y «San Carlos Borromeo».
Monseñor Radini murió el 21 de agosto de 1914, y a partir de este momento comienza un nuevo período en la vida del futuro Papa Juan XXIII.
El estallido de la primera guerra mundial hizo que su actividad apostólica se centrara en los hospitales, donde sirvió como sargento de Sanidad. Atendió con un celo esmerado y natural en él a los soldados que llegaban heridos. En esta actividad se curtió el futuro Papa, adquiriendo un conocimiento más profundo de la vida y de los horrores de la guerra.
Terminada la contienda, su nuevo cargo fue el de director espiritual del seminario, ocupándose al mismo tiempo de la Acción Católica, ahora dentro del marco universitario. Comenzó a dar unas conferencias en la Casa del Pueblo, y debido al éxito que obtuvo le pidieron que las pronunciara en la Universidad popular. Estos contactos con los estudiantes le hicieron ver la necesidad de procurar a los universitarios residencias donde pudieran dedicarse más eficazmente al estudio. Así surgió y puso en marcha la primera «Casa del Estudiante».
En los primeros meses de 1921 fue llamado a Roma el profesor Roncalli para hacerse cargo de la presidencia nacional de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe. Todas las energías del ya monseñor Roncalli, canónigo honorario de Bérgamo, se entregaron afanosamente a esta nueva tarea, que habría de caracterizarle como un eficaz organizador. Visitó casi todas las diócesis italianas, y la Obra adquirió un renovado impulso en todo el ámbito nacional. Igualmente tuvo que viajar al extranjero para extender más allá de Italia la Obra de la Propagación de la Fe, poniéndose, con este motivo, en contacto con ilustres prelados de la Iglesia en Lyón, París, Bruselas, Munich.
El 25 de febrero de 1925 Pío XI lo elevó a la dignidad de arzobispo titular de Acrópolis, designándolo visitador apostólico en Bulgaria. La ceremonia de la consagración tuvo lugar en Roma. Pasado un mes, monseñor Roncalli llegaba a Sofía, donde le esperaba una tarea particularmente delicada, y en la que puso todo su celo y sus habilidades de diplomático.
Allí continuó hasta 1935, actuando ya en el último año como delegado apostólico.
A comienzos de 1935 la Santa Sede le comunicaba su traslado a Estambul como vicario apostólico y delegado en Turquía, en funciones a la vez de delegado para Grecia. Este segundo decenio de actividad diplomática deparó al arzobispo Roncalli aciertos importantes, sobre todo teniendo en cuenta la tensión existente entre los dos países, en los que monseñor había de ejercer con paridad de afecto la representación del Pontífice.
Allí le sorprendió también la segunda guerra mundial, en cuyos trágicos años tuvo ocasión el delegado apostólico de dispensar a católicos ortodoxos y musulmanes las atenciones de su caridad. Los que establecieron contacto con él durante los cuatro lustros que pasó en las regiones orientales de Europa vieron siempre en él mucho más que a un político de miras nobilísimas: vieron a un sacerdote de Cristo en la vanguardia de las situaciones más difíciles, que unía a una prudencia esmerada un gran calor humano y una sinceridad de hijo del pueblo.
El telegrama cifrado que recibió en diciembre de 1944, desde el Vaticano, comunicándole que acudiera inmediatamente a Roma, y que había sido designado por Pío XII nuncio en París, lo calificó como error, y no se movió hasta que tuvo la evidencia de que no se trataba de una equivocación al recibir un segundo telegrama en el mismo sentido.
El 1 de enero de 1945, su excelencia el nuncio apostólico presentó sus cartas credenciales al Gobierno del general De Gaulle. En París, como nuncio, había de permanecer ocho años. Desde este gran centro cultural de Europa y del mundo pudo alentar el resurgimiento de la Europa de 1945. El nuncio monseñor Roncalli fue el primer observador de la Santa Sede ante la Unesco. Durante su estancia en París hizo amistad con relevantes personalidades de nuestro tiempo, que encontraron en el nuncio una ancha comprensión de los más intrincados problemas individuales y sociales, armonizada con una amplia cultura humana.
Son famosas las palabras que pronunció en París, ante el presidente V. Auriol, antes de partir para el patriarcado de Venecia: «Me sentiré satisfecho si todos los franceses recuerdan mi paso como el de un sacerdote pacífico y un amigo cordial».
El 12 de enero de 1953 Pío XII incluía a Ángel José Roncalli entre los veinticuatro cardenales creados en su segundo consistorio. Y tres días después recibía el nombramiento de patriarca de Venecia. El mismo día del nombramiento para el patriarcado, el Elíseo de París desplegó los máximos honores del protocolo para que el presidente de la República impusiera al cardenal Roncalli la birreta de purpurado, a tenor de antiguos privilegios concedidos al jefe del Estado de la nación francesa. En tan solemne ocasión el Gobierno francés confirió al ex nuncio Roncalli la más alta condecoración nacional: la Gran Cruz de la Legión de Honor.
El ingreso en la ciudad de San Marcos y de San Lorenzo Justiniano, el 15 de marzo de 1953, fue un testimonio de amor filial.
Su apostolado pastoral al frente del patriarcado de Venecia fue seguido día a día con vivo interés dentro y fuera de su diócesis. Visitó en cinco años las cien parroquias y las muchas instituciones y hospitales. En 1957 celebró el Sínodo Diocesano.
Cuando el 12 de octubre de 1958 el cardenal Roncalli tomaba el tren en Venecia para acudir al cónclave que habría de designar el sucesor de Pío XII, iniciaba la última y definitiva etapa de aquella larga peregrinación que la Providencia le marcara cuando desde Sotto il Monte comenzaba ya a andar hacia el Vaticano aquel niño de nueve años que, para aprender las letras, debía hacer todos los días varios kilómetros a pie hasta la escuela.
DOCUMENTOS SONOROS
DE LA BIBLIOTECA DE VOCES DEL SIGLO XX
SONOROUS DOCUMENTS
OF THE LIBRARY OF VOICES OF 20TH CENTURY
11 ottobre 1962
Compilación, Restauración y Digitalización
Archivo Sonoro
“José Guillermo Carrillo”
Caracas. Venezuela
25 de enero de 2006
Encíclicas de Juan XXIII
Ad Petri Cathedram
29 de junio de 1959
Aeterna Dei Sapientia
11 de noviembre de 1961
Grata Recordatio
26 de septiembre de 1959
Mater et Magistra
15 de mayo de 1961
Paenitentiam Agere
1 de julio de 1962
Princeps Pastorum
28 de noviembre de 1959
Sacerdotii Nostri Primordia
1 de agosto de 1959
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