JUSTO VICENTE LÓPEZ AVELEDO


                 JUSTO VICENTE LÓPEZ AVELEDO

En el templo del Puerto de la Guaira, el 08 de febrero de 1853 dos seres privilegiados uno español y otro venezolano Felipe y Emilia enlazados por el amor contraen matrimonio recibiendo la bendición de Dios en manos del sacerdote Francisco Milano. 


Desde entonces, para ellos se abren nuevos horizontes: se han propuesto fundar una familia bajo sólidos principios cristianos. En efecto, el amor va poblando de alegrías el hogar de sus sueños. Cada alegría tiene su nombre: Leonor, Bárbara, Emilia, Felipe, Casto Ramón, Justo Vicente y Pepita. 

Justo Vicente nace en Caracas el 09 de agosto de 1863, Capitanía General de Venezuela, pero cobra vida como hijo de Dios el día 29 de septiembre del mismo año en la parroquia San Juan Bautista de Caracas. 

Su infancia va transcurriendo como la de todos los niños. La primera perlita que asoma a sus encías, los primeros pasos… a los dos años quiere saberlo todo. Es la edad de los constantes por qué, es una necesidad de explorar y de conocer. Al calor de los suyos ya es capaz de balbucear las primeras oraciones; es todo él una explosión de gracias. 

Entre juegos y correteos hay que cultivar un pequeño huerto entre todos y algo muy importante hay que estudiar y aprender. 


Ya Justo Vicente tiene en sus manos el primer silabario, un pequeño libro en cuya portada se lee "catón cristiano". Al abrir el silabario, en la parte superior se aprecia una figura de Cristo cuyo nombre debe pronunciarse antes de cada lección. 

Las lecturas para el aprendizaje son un su mayoría formativas: narraciones, vidas de santos, en las que va encontrando nombres que dado sus cortos años y sus ansias de saberlo todo le despiertan curiosidad y al mismo tiempo admiración a medida que va familiarizándose con los personajes. 

Sabe que le espera un segundo libro de lectura llamado el consejero de la juventud, en él se enseña a apreciar las virtudes y a detestar el vicio, de cómo la soberbia empequeñece y la humildad engrandece, de que se debe ayudar a todos y no despreciar a nadie. 

No llegará Justo Vicente a iniciarse en la lectura de este libro sin que antes pase por la dolorosa experiencia de quedar huérfano de madre. Aún son tan menores y se ven sacudidos por tan inmenso dolor. Don Felipe a pesar de este sufrimiento debe seguir haciendo frente a la vida y labrar un futuro a los pequeños. 

Los hijos crecen y van formando diferentes rumbos se han hecho hombres y mujeres. Justo Vicente muestra cada vez su corazón lleno de bondad, franco y alegre se hace agradable a todos y conquistaba la simpatía de cuantos le trataban. De temperamento sensible: abierto a lo bello y de cuanto significa superación. 

Se siente profundamente atraído hacia lo sagrado. Su madrina de bautismo Pilar López ha ingresado al convento de las carmelitas descalzas de Caracas. 


Para el mes de septiembre de 1883 emprende marcha de ocho horas por el camino viejo de los españoles desde la Guaira hasta la llamada Puerta de Caracas, cerca de la pastora, donde vivía su tía panchita de Leo quien lo acoge en su hogar. Al llegar se dirige a la catedral a visitar a Jesús Eucaristía. 

Los escasos recursos de Justo Vicente no le permiten ingresar en calidad de alumno interno ni siquiera semi-interno. Hubo de pasar día según contaba él mismo sin el alimento necesario, lo que trataba de disimular ante sus compañeros llevando un palillo a la boca después de las horas de la comida. Así van las cosas hasta cierto día cuando se presenta una ocasión especial, la escuela prepara un homenaje al rector: se busca el mejor solista para los cantos y después de varias pruebas es elegido Vicente en quién descubre un hermosa voz. 

Los compañeros interesados en los ensayos lo invitaban a quedarse almorzar ofreciéndole reunir entre todos una ración diaria para él. Es así, como pasa a ser alumno semi-interno con una ayuda colectiva y fraterna que nunca olvidará. 

La licencia para vestir la sotana le es concedida a penas tiene para cancelar la mitad de su valor, no importa Dios provee a través de una gran amiga de su familia en la Pastora, la señorita Luisa Hernández Madrid quien gustosamente se lo obsequió. 


La orden del diaconado la recibe el 22 de marzo de 1890 en la capilla del palacio arzobispal previa aprobación del examen correspondiente. Falta poco para su ordenación sacerdotal pero antes padece un gran sufrimiento: su padre, único apoyo de la familia sufre paulatinamente pérdida de la visión hasta quedar totalmente ciego. La situación de su querido padre lo conmueve profundamente pero no altera su inquebrantable decisión de continuar los estudios hasta llegar a la cumbre del presbiterado. Muy en breve el 19 de septiembre de ese mismo año presenta por escrito la petición para su ordenación sacerdotal. 

El gobierno superior eclesiástico le ordena comparecer en la santa Iglesia metropolitana, el 28 próximo a las 8 y media de la mañana para recibir la ordenación del presbiterado en manos del excelentísimo Monseñor Cripúsculo Uzcátegui. Habiendo servido de padrino el presbítero doctor José María Delgado Palacio. Era la víspera de la festividad de San Miguel Arcángel y del aniversario de su bautismo. 

El 12 de octubre el feliz sacerdote celebra su primera misa acompañado de sus familiares. Cuán lejos estaba entonces de imaginar la impostergable tarea que le preparaba la providencia. 

Monseñor Uzcátegui lo designa a la parroquia de Maracay. No existía para entonces casa parroquial, se siente desorientado. Por su educación, virtud y carácter trata de adaptarse silenciosamente: duerme en la Iglesia y come en el Zaguán de una casa vecina hasta que la señora Mercedes lo sorprende y amablemente le invita a comer. Desde entonces, las familias Pérez Udes, Alas y Hernández Valera le ofrece su acogida y hospitalidad. Frase que recordarán con agrado y que se hará familiar en el hogar es: aquí vengo a comer caraotas con ustedes. 

El padre Vicente consuela, alivia y auxilia espiritualmente. Bajo los aleros de las casas, de los corredores abiertos hacia la calle encuentra enfermos; algunos ya moribundos. Esta situación golpea su corazón de pastor bueno se levanta de su lado con los ojos llenos de lágrimas en silenciosa amargura, por las noches apenas puede conciliar el sueño, es necesario tomar una decisión, la tomará él con la ayuda de Dios. 

Revive sus primeras experiencias apostólicas en aquellos hospitales de Caracas. La idea es clara e impostergable: hay que crear un hospital, visita a sus amistades y entrevista a algunas personas influyentes comunicándoles su proyecto. Desde el púlpito su voz se deja sentir como un clarín agudo y penetrante en el corazón de los fieles: es apremiante, es urgente; la creación de un hospital en la ciudad; no importa la pobreza, unamos las voluntades, busquemos los recursos. Dios está con nosotros. ¿Un hospital?- murmuran unos- ese curita está loco para sostenerlo con qué. Loco no - comentan otros - se necesita y hay que ayudarlo. Con unos cuantos jóvenes va de puerta en puerta solicitando colaboración. Trabaja incansablemente. 

Para 1899 el padre López nombra en lugar de la señora Antonia del Castillo a Laura Evangelista Alvarado Cardozo como directora y ecónoma del hospital, ayudada por la señorita Ulpiana Gil Quiñones. 

Ni remotamente se imaginaría el joven sacerdote López Aveledo que en los designios de Dios estaba señalado como fundador de una nueva congregación venezolana, pero así será, Dios tiene sus planes: que de este pueblo surja una rama agustiniana al servicio de los pobres y tocará a Monseñor Castro vicario provisor para la fecha de 1901 alentar y apoyar al fundador y a su obra. 

La Génesis de la nueva familia religiosa se nos presenta en un marco de absoluta simplicidad: el grupo de jóvenes voluntarias del hospital San José está presidido por Laura Alvarado Cardozo. Las jóvenes mantienen la aspiración de ser religiosas. 

Así es como el padre López el día de su onomástico, por cierto, 22 de enero de 1901 reúne a las jóvenes para comunicarles su propósito. Allí en un clima de intimidad y en profunda unión de corazón regocijados en Dios se funda la congregación que comienza a ser llamada: hermanitas de los pobres de Maracay, definiéndose luego como hermanas hospitalarias de San Agustín y hoy Hermanas Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús. 

Un día corre la noticia que el señor Gustavo está desahuciado por los médicos y hasta la calle se oye los gritos de blasfemias. El padre López a quien tanto ha hecho sufrir es incapaz de criticarlo o de condenarlo, se siente adolorido pero sabe a donde acudir: al sagrario, allí está el Señor que le anima y fortalece siempre, ante Él busca soluciones y toma decisiones, pero no solo ora, sino que además invita a orar, porque Dios escucha la oración de dos o tres reunidos en su nombre, según la promesa de Cristo.

Convoca a las celadoras de la adoración perpetua: pidamos por su alma les dice,colocando una tarjetita con esta intención ante Jesús sacramentado como él solía hacerlo. Que antes de cumplirse las 12 horas se obre el milagro. Pidamos con insistencia pidamos con insistencia que el Señor no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva.

Las horas de adoración se hacían de 6 de la mañana a 6 de la tarde y precisamente a las 4 vienen a avisarle: padre ya casi no habla pero parece pedir el sacerdote, cree usted que… sí padre valla. Presuroso y emocionado encamina sus pasos hacia el hermano arrepentido, portando el viático de la salvación eterna sin el menor asomo de resentimiento, va más bien, lleno de luz y del perdón de un Dios que es amor. No sabemos qué pasó en casa del moribundo, algo grande y hermoso sin duda, porque cuando regresa a la Iglesia cae de rodillas ante Jesús Eucaristía con el rostro entre las manos profundamente conmovido repitiendo: gracias Señor, qué grande eres y volviéndose agradecido a las celadoras les dice: alegrémonos, se ha salvado un alma. 

Su persona y su actuación de hombre de Dios plenamente realizada influyen de manera determinante en aquella juventud de su parroquia. Con qué gusto se les ve en torno suyo lo respetan y lo quieren. Sigue muy de cerca la vida espiritual de cada uno de los grupos y asociaciones juveniles como la de las hijas de María. 

Se nota un gran interés en el campo vocacional desde los primeros años de su ministerio. Entre otras, dos vocaciones sacerdotales fueron descubiertas y cultivadas por su celo, su oración y su caridad produciendo copiosos frutos de santidad y atrayendo ellos a su vez nuevas vocaciones, se trata del recordado padre Hilario Cabreras Díaz y el padre Juan Francisco de Paula Masulli. Era un apóstol en los barrios marginales. Tenía gran apostolado en la catequesis inclusive de adultos, se preocupa de la santificación de lo hogares, era sumamente amante del confesionario, donde sin duda realizó íntima labor de espiritualidad. 

Cierto día, estando enfermo llega un niño solicitándolo para que vaya a atender a su madre moribunda. Barbarita su hermana tarta de disuadir al niño en voz baja para que se valla, pues, el padre está imposibilitado de salir. Él, dándose cuenta la llama y le pide algo para tomar, mientras ella va a la cocina él sale con el niño a cumplir su misión. Tanta era su pobreza que en dos ocasiones la gente del pueblo tuvo que regalarle una sotana para que cambiara la del uso tan gastado; con los ojos humedecidos les reprochaba: ese dinero podía haberse invertido en necesidades más urgentes. 

Los niños del asilo de huérfanos de la congregación fundada por él, le llamaban: papá mío. 
Fuente:www.agustinas.recoletas.net
                            
              ¡HONOR, A QUIEN HONOR MERECE!

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