ARÍSTIDES INCHÁUSTEGUI, CANTANTE DOMINICANO

                                                                   ARÍSTIDES INCHÁUSTEGUI

  Para descifrar el vínculo entre Arístides Incháustegui y la música no bastaría un solo artículo y para recordarlo como es debido, a un año de su partida, un periódico completo.

   Su amor por la música, viene de su familia materna, los Reynoso, cuando su madre formaba un dúo muy conocido con su hermano. En ese ambiente surgió su inclinación por la música y especialmente por el canto. En sus años escolares, Arístides cantó en la radio, fue miembro fundador del Coro Nacional y más adelante, solista del Coro Universitario. Entre sus tempranos logros, destaca su participación como solista de la Schola Cantorum, en el Ofertorio del Réquiem de Fauré, bajo la dirección de Rafael Bello Peguero, con el acompañamiento del organista y director de coros español Juan de Urteaga, en 1956, en uno de los conciertos de inauguración del Palacio de Bellas Artes.

   Incursionó con gran éxito en el canto popular, en espectáculos en vivo y en televisión. En 1961 se traslada a Estados Unidos e inicia su educación formal con estudios vocales, en Nueva York y luego en Alemania, que le aportarían los conocimientos y técnica, que lo inspiraron a su regreso al país en 1973 a formar la primera compañía de ópera integrada por artistas dominicanos y que luego sería oficializada por el Gobierno en 1979.

  Arístides nunca concibió el arte como una realización individual, para él no era suficiente el canto en sí mismo, sino un medio de transmitir e involucrar a todos en el arte como recurso de educación. De ahí sus iniciativas de llevar la música a los más apartados rincones del país. Creía en el efecto de la música para mejorar a los seres humanos.

   Al no poder hacer presentaciones con la Orquesta por el país, como era su sueño, Arístides escoge los recitales con comentarios explicativos y las traducciones de obras de grandes maestros de la música universal, para ponerlas al alcance del público dominicano. En 1986, junto a la pianista Miriam Ariza, celebra los 30 años de la presentación de ambos en Bellas Artes, con el Viaje de Invierno, de Franz Schubert, traducido al español, una labor realmente monumental que contó con la colaboración de Rafael y Eduardo Villanueva. Para mí, ese Viaje de Invierno, en la voz de Arístides, con Miriam Ariza al piano, fue mágico e inolvidable. Conservé el programa con la traducción al español hecha por el Maestro Rafael Villanueva y las ilustraciones con fotografías de Domingo Batista. Mi admiración por Arístides empezó a crecer ese día. Con el pasar del tiempo lo fui conociendo mejor y llegué a sentirme en su reino, nunca dejó de contestar una pregunta que le hiciera o decirme qué escuchar o contarme una historia fascinante.

   Arístides presentaba recitales en busca de nuevos públicos para dar a conocer la música dominicana, acompañado al piano por el maestro Vicente Grisolía. Preparaba recitales monográficos para divulgar las obras de los principales compositores dominicanos en las Ferias Nacionales y Regionales del Libro y cantaba recitales de música dominicana en importantes escenarios internacionales, La Habana, México, San Juan (P.R), París.

   Mantenía programas de radio en los que divulgaba sus investigaciones sobre música y músicos dominicanos; publicaba páginas semanales en los periódicos y gracias a él, la música dominicana ha quedado plasmada en libros, discos y antologías.

  Desde Fermata, su tienda de discos clásicos, promovía charlas de manera gratuita: Manuel Rueda, Rafael Villanueva, Jacinto Gimbernard, el padre Rafael Bello Peguero fueron algunos sus colaboradores. Su biblioteca musical fue realmente única y nunca dejó de nutrirla.


   El legado de Arístides no está no solo en las hermosas grabaciones que, en su labor de investigador acucioso, fue rescatando de los cantantes ya olvidados. Su vocación didáctica y de investigador nos dejó varios libros imprescindibles: dos tomos de Vida Musical en Santo Domingo, Por amor al Arte, sus charlas sobre la historia del Himno Nacional Dominicano, además de sus folletos para enseñar a los escolares a comprender el texto del Himno Nacional. La colaboración y compañía de Blanca Delgado Malagón fue imprescindible para todo ese legado. Ella junto a Arístides supo recoger cada palabra, cada canción y darle su justo lugar.

  Como intérprete, la canción dominicana en la voz de Arístides adquiere una dimensión gloriosa. Lo han llamado «el hombre de las mil voces», porque era capaz de cantar con la misma propiedad desde una tonada campesina, un bolero, un son, un merengue, hasta la más refinada canción de recital o de ópera

  Para mí y para muchos, Arístides Incháustegui descifraba el mensaje oculto que tenía el texto y así lo expresaba con su voz, sin apabullar: simplemente transmitía un bello mensaje. Los villancicos navideños de Manuel Rueda, Julio Alberto Hernández, Salvador Sturla, Manuel Troncoso y otros compositores nacionales, en su voz son joyas; sus múltiples recitales de música dominicana en toda la isla y en el extranjero, acompañado de Manuel Rueda, Miriam Ariza y Vicente Grisolía son la muestra de lo tanto que amó la música de su tierra y han sentado cátedra de refinamiento y seriedad en las presentaciones con programas bien estructurados, que han contribuido grandemente a aportar datos confiables sobre la historia de la música y los músicos dominicanos.

   En sus últimos 14 años se concentró en producir cada noche el programa Música de los Clásicos, a través de Raíces, una clase magistral, para dar a conocer cada uno de los compositores y músicos del repertorio universal a los que dedicaba cada programa. Su vida podría ser resumida en tres palabras: Amor al arte. Lo dio todo, sin esperar recompensa. Se nos fue el gran maestro. Su partida hace ya un año, nos dejó un gran vacío. fuente:wikipedia.org

                 Para Arístides Incháustegui... mi corazón.


!HONOR, A QUIEN HONOR MERECE!


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