JOSÉ SANTOS URRIOLA

ILUSTRE VENEZOLANO

                   JOSÉ SANTOS URRIOLA
                             Por Carmen Elena Alemán


  Me piden que escriba una semblanza sobre José Santos Urriola para que las nuevas generaciones de estudiantes de la universidad se enteren de quién fue este profesor en nombre del cual, se llama al concurso de cuentos y se otorgan premios auspiciados por el Decanato de Estudios Generales. 


  Esta sabia decisión del Decanato, constituye un acto de reconocimiento al hombre, al maestro, al escritor, a ese guanareño que se aposentó en Caracas, sin olvidar nunca sus raíces y nos entregó un ejemplo de vida digna y una cátedra de venezolanidad. 

  Al evocar: imágenes disímiles se agolpan, veo a Santos los viernes en el taller de redacción, en el Consejo Directivo con el juicio certero y la palabra orientadora o en funciones de dirigencia en el Departamento de Lengua y Literatura, Extensión Universitaria, el Decanato de Estudios Generales, la División de Ciencias Sociales y Humanidades, proponiendo, estableciendo pautas, concretando ideas y proyectos para enriquecer la vida intelectual de la Universidad Simón Bolívar. 

  Veo a Santos en su dedicación sin restricciones al acontecer universitario: el profesor que no se encerró en su especialidad ni en su cubículo, sino que además de participar con talento, probidad y modestia en la construcción y desarrollo de esta casa de estudios, tuvo el tiempo para detenerse a conversar, tomarse un café con los compañeros, deleitarnos con su humor.

  Santos, universitario por excelencia, conjugaba la capacidad de manejar el complejo aparato administrativo con la calidad humana. Por encima de su papel de dirigente estaba la pasión por la docencia, lo que tiñó todas sus acciones. En el caso de la Simón Bolívar tuvo siempre presente la particularidad de los alumnos, que no habían ido a estudiar Letras, pero podían, con una guía inteligente, interesarse en otras manifestaciones del espíritu y disfrutar de la lectura y la escritura. Lo que no dejó en el planteamiento teórico, sino llevó a cabo a través de un diálogo inteligente y ameno con los estudiantes. Muchos de los que tuvieron el privilegio de haberlo tenido como profesor recuerdan con deleite la experiencia y las lecciones que aprendieron, no sólo en relación con el lenguaje, sino en su tarea como hombres.

  Como Decano de Estudios Generales realizó una labor sin paralelo, hasta ahora, la reforma de los Estudios Generales. En aquel momento realizó un acto de integración universitaria alrededor de un proyecto, que ha constituido y constituye, la nota distintiva y columna vertebral de los programas de estudio de esta universidad. Esa convocatoria al diálogo y a la reflexión muestra una vez más la amplitud de criterio que lo caracterizó. Los profesores que participaron en esas sesiones de discusión recuerdan la validez de la experiencia y la marca que ello les dejó en la comprensión integral de los principios que sustentan los Estudios Generales y en la concientización de la importancia de éstos en la formación de los profesionales de la Universidad Simón Bolívar.

 Pero al lado del quehacer universitario, cabalgaban otras facetas que confirmaron la compleja personalidad de Santos. Entre ellas: el escritor en su papel de periodista, cronista del acontecer diario. A lo largo de más de cuarenta años escribió sus Trazos de arena, en los periódicos El Nacional y el Diario de Caracas, construyendo en un lenguaje conversacional, pleno de humor y en constante diálogo con el lector la historia de la ciudad y el país, revelándose además sus querencias y preocupaciones.

  Allí se conjugaron los temas de denuncia social, con los de la actualidad política. La preocupación, siempre presente, por la educación de Venezuela y la enseñanza de la lengua y la literatura; así como la valoración justa de los trabajos realizados por las personas y amigos del entorno intelectual que, de una manera u otra, han contribuido a esa otra cara del país: la de la reflexión y el trabajo honesto, hecho a punta de lápiz, como diría Santos.

  En los años que compartimos de amistad disfrutamos con el sabroso coloquial de Santos, lo gráfico de sus expresiones, la aguda descripción de personas y hechos, la riqueza intelectual expresada en juicios e interpretaciones que revelaban el conocimiento profundo de los clásicos, de la historia universal, de la literatura y del quehacer venezolano. Escuchar las anécdotas de Santos sobre la creación de sus novelas, lo sumergía a uno en el mundo mágico de la ficción. Conocí el origen de La noche más oscura. Los personajes de Mañana es otro día y de Tiempo de honores se hicieron nuestros amigos en las tardes de Sartenejas. Uno de los personajes de Mañana es otro día, totalmente insignificante en el plan original, decidió de un día para otro saltar al estrellato. Se escapó de la pluma de Santos y empezó su propia vida. 

  Así, que Santos decía: no le había quedado más remedio que acompañarlo en el camino que aquél se había trazado. También el general de Tiempo de honores fue elaborando la quema de todos sus papeles antes de pertenecer a la novela. Y en los últimos tiempos se refería a la novela que estaba escribiendo cuando murió: Vida en ascenso y obra por lo tanto incompleta, del doctor José Pantaleón Senenes cuya dedicatoria dice: Para la gente de la Universidad Simón Bolívar, en gratitud por tantos años de buena compañía.

  En uno de sus Trazos de arena, el último que escribiera, publicado un día antes de su muerte, el 30 de diciembre de 1994, Salutación de año nuevo, con su lenguaje coloquial, pleno de calor humano, hace una advertencia a los venezolanos, advertencia que hoy adquiere mayor vigencia, e implica una lección de vida, una más de las que recibimos de Santos:
 "Se necesitó esta crisis, la más severa de la historia de la República, desde la Independencia hasta el sol que nos alumbra para darnos cuenta de unas cuantas verdades del tamaño de una catedral. Entre ellas, la más simple: nada cambiará sobre la tierra, si los hombres no cambian por dentro. Si acá entre nos, durante 365 días no procuramos poner lo mejor de nosotros mismos en relación a la familia, la urbanización, el municipio y la nación".

En estas palabras se reafirma lo que sentimos ante la personalidad de José Santos Urriola. La calidad humana que lo caracterizó, permite decir que su vida se forjó en la práctica de la responsabilidad como hombre y venezolano. Santos fue, por encima de todo, Maestro, con mayúscula, palabra que resume su quehacer vital: en el aula, en la universidad, en el periódico, en la tertulia y en la intimidad de la familia.


José (de los) Santos

Ya sé que se llama sólo José Santos. Lo demás es añadido mío. Una respuesta al modo como él solía Llamarme, utilizando mi primero y mi segundo nombre. Era, según lo comentamos alguna vez, privilegio de quienes nos habíamos hermanado en las aulas, hasta el punto de conocer la totalidad de nuestros nombres y sobrenombres. También todo ese pequeño y encantador mundo de novias y apurillos económicos de sueños de poeta y exámenes con pruebas terroríficas de bohemia limitada por la escasez de recursos, de conspiraciones políticas en pensiones pintorescas, donde nos sentíamos seguros de no ser allanados por la Seguridad Nacional, todo ello, particularmente característico de los estudiantes provincianos que nos trasladamos a la capital para seguir estudios superiores, los cuales, en la década de los cuarenta, no existían sino en muy pocas ciudades interioranas y esto con limitaciones.

A quienes nos atraían la literatura y la docencia no nos quedaba otra opción que la del Instituto Pedagógico Nacional, establecimiento nobilísimo, con grandes profesores y maestros ejemplares, de donde salieron varias promociones que le han dado al país nombres fundamentales en las distintas especialidades que por entonces se cursaban.

José Santos y yo proveníamos de pueblos relativamente próximos El, de Guanare y yo de Boconó. La amistad fue creciendo rapida y frondosamente. Nos caíamos bien y conversábamos sobre las mismas cosas con criterios muy parecidos. Nos gustaba leer a Machado. Desde esos primeros días del Pedagógico, descubrí y admire en el joven guanareño una inteligencia excepcional en pleno y continuo ejercicio, una bonhomía a toda prueba, un deseo profundo de servirle al país, un temple moral insobornable, un lenguaje chispeante y categórico, es decir, alguien por completo fuera de serie.

Ahora sé que la vida me regaló la oportunidad de conocer y de tratar profundamente a este varon excepcional, como sé también, con dolor que no cesa, que se nos privó de su presencia terrena, a todos cuantos hubiésemos querido que los hados hubieran sido más generosos en prolongar una existencia útil, una inteligencia y una sensibilidad en plena madurez, propias de un hombre que, habiendo cumplido una larga y fructífera tarea en las aulas, ya jubilado pero no retirado del todo del oficio de enseñar, comenzaba a dedicarse al oficio de escribir, que había venido ejerciendo a destajo en razón de sus compromisos con la docencia universitaria.

Dejó así, una obra valiosa en la novela, el ensayo y la crónica periodística. Una obra que se le parece, porque está escrita con pluma honrada e inteligente, puesta al servicio de sus sueños y de sus compromisos con la realidad de un país que se constituyó en uno de los temas centrales a irrenunciables de toda su vida de profesor, de meditador y de ciudadano verdadero.

Ahora, al concluir estas apresuradas líneas, me doy cuenta de que ese primer nombre, tan entrañablemente bíblico, unido a una palabra tan señaladamente religiosa, tenían un sentido más profundo y más adivinatorio de lo que nunca llegué a pensar. Un santo laico. Un José bondadoso. Un amigo que no está. Unos libros, éste entre ellos, particularmente relacionado con su Universidad Simón Bolívar, donde continúa escuchándose su voz, que es, junto con su ejemplo, su mejor herencia y orgullo de quienes fuimos sus compañeros.
Escrito por Oscar Sambrano Urdaneta. Tomado del libro "Trazos en arena". Equinoccio. 1995

En lo personal, tuve la satisfacción de formar parte, de una de las promociones del Instituto Pedagógico Nacional, año 1967. Allí, me satisfizo conocer al Ilustre Profesor José Santos Urriola ya que cursaba la carrera de Castellano, Literatura y Latín,  como un Excelente Catedrático. Fue toda una era de conocimientos nunca olvidados. Disculpen Ustedes, que al no encontrar  una biografía, me permití transcribir  la síntesis anterior, que describe la humanidad e intelecto de este Venezolano Integral. Fotografía por Carmen Elena Alemán.

               !HONOR, A QUIEN HONOR MERECE!

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