JEANNE MOREAU--
JEANNE MOREAU
DISFRUTÓ DE UNA MISTERIOSA FASCINACIÓN POR LAS PALABRAS . |
Actriz y directora de cine. Jeanne Moreau nació en París el 23 de enero de 1928. Murió el 31 de julio de 2017. Pasó la infancia y parte de la adolescencia en Vichy, donde su padre, procedente de Auvèrgne, regentaba un restaurante.
De él, heredó «una misteriosa fascinación por las palabras» que cimentó su cultura; de su madre, una británica que dejó el baile en espectáculos de revistas al contraer matrimonio, su segunda lengua y la atracción por los escenarios.
Los días felices de sus primeros años, junto a su abuela paterna, «su única confidente», y las visitas a su abuelo materno, un profesor de navegación que le enseñó «las mareas, los ciclos de la luna y las estrellas», quedaron sepultados a partir de 1936 con la irrupción de la guerra, la ocupación nazi, la ruina familiar, la detención de su madre con la estrella amarilla con la que el Tercer Reich diferenciaba a los ciudadanos judíos, y luego «el dolor por los camaradas ausentes que ya nunca volvieron a clase, la impotencia, el miedo y la indignación».
En marzo de 1944, a los dieciséis años, la visión de Antígona, de Jean Anouilh, en el Théâtre de l’Atelier, le descubrió su vocación: «Ese día supe que quería estar ahí, bajo los proyectores, ser la rebelde que se enfrenta a los dioses y habla por aquellos que no se atreven». Unos meses después, la alegría de la liberación quedó eclipsada por la emocionada asistencia a un ensayo de Fedra, de Racine, que interpretaba Marie Bell en la Comédie Française.
Comenzó a estudiar arte dramático a escondidas, y tres años más tarde, una escena de la Ifigenia del mismo autor le franqueó la admisión en el Conservatorio. En enero de 1948, el día en que cumplía veinte años, firmó su primer contrato de «pensionista» en la Comédie ante su profesor de interpretación y decano de la institución, Denis d’Inès, y durante los tres años siguientes integró el elenco estable del Théâtre National Populaire
Moreau irrumpió en el momento justo, cuando el fulgor de las estrellas que hasta entonces habían reinado en la cinematografía francesa languidecía a pasos agigantados. Nombres como los de Martine Carol, Françoise Arnoul o Nicole Berger quedaron en poco tiempo en el olvido ante las nuevas divas. Y entre éstas, frente a un icono sexual como Brigitte Bardot o una belleza elegante como Catherine Deneuve, Moreau encarnaba, con su apariencia de mujer con experiencia, su voz grave y su indudable inteligencia, a la heroína auténticamente moderna, erótica y cerebral.
Durante los años que siguieron, amplió su registro al actuar indistintamente en francés y en inglés, y pasó de Jacques Demy a Tony Richardson y de Peter Brook a Bertrand Blier con la naturalidad y el savoir faire que la han mantenido siempre en el prestigio. Este cosmopolitismo es otra de las características que distinguen su filmografía desde el principio de su carrera. De hecho, rodó la ópera prima de Louis Malle que le daría fama, Ascensor para el cadalso (1957), tras coprotagonizar con Micheline Presle Las lobas (1957), del argentino Luis Saslavsky. Y luego pasó a trabajar en Italia, Gran Bretaña, Estados Unidos, Brasil, Alemania, Canadá, Bélgica, Suiza y Grecia.
Después de este último trabajo abrió un largo paréntesis en su actividad, único período pasivo en su intensa trayectoria. Mucho tiempo después llegó a saberse que padecía un cáncer y que durante ese lapso había luchado contra el mal. Este hecho la llevó a dirigir en teatro la versión francesa de Ingenio, de la dramaturga estadounidense Margaret Edson, que estrenó en Lisboa en 1999 y que expone una experiencia parecida a la suya y la forma de enfrentarse a la enfermedad.
Moreau se casó en dos ocasiones: en 1949 con el comediante, guionista y director Jean-Louis Richard, padre de su único hijo y del que se divorció a fines de la década siguiente, y en 1976 con el director estadounidense William Friedkin, del que también se separó dos años después. Tras su segundo divorcio ha vivido la mayor parte del tiempo sola: «Un poco de soledad es tal vez el único precio que hay que pagar para mantener la independencia», afirma.
«Me siento sobre todo viviente, aún llena de curiosidad y nada interesada en mi fama póstuma».
Entre fines del siglo XX y los albores del nuevo milenio se sucedieron los honores y homenajes a Jeanne Moreau, una estrella cuyo brillo singular traspuso los límites de las pantallas para erigirse en personaje emblemático de una época, de unos directores, de una manera de hacer y entender el cine. Así lo entendieron la Mostra de Venecia en 1992, el Festival de Cine de San Sebastián en 1997 y el de Berlín en 2000 -que le otorgaron sendos premios al conjunto de su carrera y a su aportación al cine- y la Academia de Hollywood, que la distinguió con un Oscar honorífico en 1998.
En enero de 2001, Jeanne Moreau se convirtió en la primera mujer en ser elegida miembro de pleno derecho de la Academia de Bellas Artes de Francia. La actriz francesa, que había encarnado durante décadas la feminidad intelectual y que poseía una trayectoria profesional de más de cincuenta años en el teatro y el cine, accedía así a una institución que, en sus doscientos años de historia, se había caracterizado por ser esencialmente masculina. En su ingreso en la Academia hizo suya una frase de Iván Sergueievich Turgueniev, cuya obra había interpretado en la Comédie: «Se siembra durante años..., años que se van como inviernos. Llegas a creer que no existe la primavera... y de pronto, de golpe, ¡ahí está el sol!».
«El tiempo es un profesor cruel, pero magnífico», aseveró la actriz en su discurso de investidura como miembro de pleno derecho de la Academia de Bellas Artes de Francia, «y sus lecciones a menudo queman, pero si se presta atención se puede aprender de ellas cosas enormemente enriquecedoras».WWW.BIOGRAFIASYVIDAS.COM
Falleció el 31 de julio de 2017.
!HONOR, A QUIEN HONOR MERECE!
Falleció el 31 de julio de 2017.
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